El triangulo de Karpman es un juego psicológico que conllevan tres roles y que todos podemos adoptar: perseguidor, víctima, salvador. Estos roles se aprenden en la infancia, en contacto con la familia, y se vivencian en la vida diaria de modo inconsciente.
El salvador necesita que dependan de él. La trampa está en que generalmente es más interesado de lo que aparenta, en el fondo se siente superior, cree saberlo todo, pide reconocimiento y con su comportamiento se asegura la dependencia de la víctima: “Si no fuera por mí”, “Yo me encargo de ese asunto”, “A ti te ha engañado a mi no puede” ,”Tú no conoces a la mujeres, yo sí”.
El perseguidor: se aprovecha de la debilidad de los demás y actúa así para que se sientan culpables, abusando de su poder : “Yo soy buena, tú el malo y te lo voy a recordar para hacerte sentir mal”, “Se hace así como yo quiero…”, “Se va a enterar”, “Cuenta a tus amigos lo que has hecho”. Culpa a los demás, su conducta se basa en un sentimiento de rabia, de enfado. Lo que busca es castigar y reprochar, humillar y herir.
La víctima: Lo interesante de este papel es que el triángulo existe gracias a él, necesita que lo compadezcan porque se siente o culpable o inseguro, su postura es pasiva o de indefensión.: “¡Como me haces esto!”, “Me has defraudado”, “No consigo que me entiendas.” “Nunca me has apoyado”…
En este triangulo es muy importante tener en cuenta que se trata de roles basados en sentimientos, en actitudes: Uno NO ES salvador, perseguidor o víctima, sino, que SE COMPORTA como tal en una u otra escena de su vida. Es más, en una puede comportarse de una manera y en otra de forma muy diferente, pero aún puede complicarse más y dentro del mismo acontecimiento según pasa el tiempo, ocurren cosas y/o van entrando o saliendo personajes, se puede variar el rol dejando uno y mostrando otro.
La riqueza de este modelo radica en que sirve de toma de conciencia de las razones y motivaciones ocultas de actos aparentemente legítimos y “razonables”.
Y así empezó la sesión con mi cliente:
Verás se comportaba como una auténtica víctima en aquel momento, todos los días ¡¡la damnificada!!. Me montó escenas de llanto y gritos, salía de casa llorando y dando un portazo para que la siguiera, me reprochaba un sin fin de cosas, se pasaba el día quejándose de que la había defraudado, y de no estar a la altura, que nunca le había apoyado. Para mi no era necesario montar ese espectáculo que quería, era desproporcionado, no tenía sentido; muchas de sus actitudes habían sido de provocación, muy indiscretas en público y me negaba a que incluyera personas de nuestra familia que yo no quería. Me había mentido y ocultado a propósito cosas que yo sabía, pero que dejé pasar, era mejor cerrar el capítulo sin más. Ahora resulta que se ha convertido en la persona que me acusa todo el día, si no me castiga parece que no puede irse a la cama, necesita venganza, humillarme, se ha buscado un séquito que le ayudan y aplauden en la batalla. Es insoportable…. ¿cúanto va a durar?
Salir de un triangulo así de dramático que como en el drama griego tiene un desarrollo previsible y siempre es negativo, es difícil, porque el problema está en que los actores no se hablan como iguales, sino que en cada diálogo siempre hay un rol que se siente superior, y otro que se siente inferior.
Lo más oportuno es prevenirlo y no incluirse nunca en él. Cierto es que cada uno tendemos con más facilidad a ser un personaje u otro, y descubrirlo y reconocerlo es parte de la posibilidad de salir. Pero además permitirnos reaccionar de forma adulta y positiva, tomando la responsabilidad de nuestros actos, palabras, pensamientos y emociones es el camino de lograrlo.
Para no ser perseguidor, hay que expresar clara y serenamente lo que me molesta y hacer peticiones de lo que quiero sin aprovecharse de las posibles vulnerabilidades, aceptando que otros pueden negartelo y que entonces actuaré con mi criterio, pero sin venganza.
Para los salvadores la clave pasa por patrones de saber decir “no” a peticiones poco razonables, y dejar espacio para que los demás tomen y actuen con su criterio aunque no nos guste.
Para los victimistas, tomar las riendas de su vida es el único camino. La vida es 10% lo que pasa y 90% lo que tú haces con lo que te pasa. Pedir ayuda solo si es necesario, pero la responsabilidad es de cada uno.
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